¿Cómo le temes a algo más que a la misma muerte?

Publicado el 24 de octubre de 2024, 11:54

En realidad es bastante simple. La muerte dura apenas segundos (en ocasiones) y luego desapareces; nadie realmente sabe qué hay más allá: ¿reencarnación, otras vidas, cielo o infierno? Nada de eso es seguro, pero los miedos cuando estás vivo son reales y absolutos.

El miedo a perder a alguien que amas está entre mis mayores temores, porque después de su partida, el dolor es tangible y no hay analgésico en el mundo que lo repare. Claro, todo esto es directamente proporcional a la edad. Perdí a mi padre cuando tenía 9 años; las circunstancias son inconsecuentes, pero implican largos días y noches de angustia. No para mí, que poco comprendía lo que estaba sucediendo, pero sí para mi madre, que esperó y esperó, pero nada sucedió. Ella sobrevivió. Eso es más angustiante que el miedo a la muerte.

La muerte, si acaso, es una liberación de cualquier agonía.

 

Recientemente, Ecuador ha aprobado la ley que reconoce el derecho a la eutanasia, convirtiéndose así en el segundo país en toda Latinoamérica en aceptarlo, después de Colombia. Fíjese en la importancia de la palabra y cómo se aborda el tema: es un derecho, es decir, es el reconocimiento del Estado hacia sus ciudadanos, diciéndoles que tienen el derecho de elegir una vida digna, en lugar de prolongar un sufrimiento no deseado, y que, además de eso, no tiene un término establecido.

Por supuesto, las circunstancias importan, pero temer a la muerte en medio de la guerra o una enfermedad grave no es lógico; podría ser una misericordia en comparación con otros miedos.

 

La vida está destinada a ser vivida en plenitud. En palabras de la ley misma, se trata de preservar los derechos de una vida digna.

 

Con esto no quiero inferir que todos debamos buscar la muerte porque la vida no tiene sentido; eso es un absurdo. Como seres humanos, nuestros instintos nos impulsan a sobrevivir, pase lo que pase. 

No temo morir.

Tengo miedo a no vivir a plenitud, no amar intensamente, no sumergirme en libros que puedan hacerme llorar o sonreír. Temo no sentir; le temo a la monotonía y la rutina de la vida cotidiana en este planeta. Temo ser ordinaria durante este período fugaz en el cual estoy viva Temo no ver el rostro de mi madre cuando le descubro una mentira inocente, cuando sonríe porque nos ve felices, o cuando cierra los ojos al comer algo exquisito. Tengo miedo de no escuchar el canto desafinado de mi hermana, sus chistes atolondrados y cómo lucha por lo que piensa y siente. Temo no vivir primeras veces y no ver el amor en los ojos de quien me ama.

No temo a la muerte, sino a no vivir la vida con intensidad.

 

Stefany Ruiz Esteves



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