El argumento de Chéjov

Publicado el 31 de mayo de 2024, 12:11

"Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida"

 

Cuando vio el tablero del chevette, al que le colgaban los indicadores y caían dentro del cristal de lo viejo que era, eran las 4:15 de la tarde, había empezado a manejar a las 12 del mediodía. No se dio cuenta cuando pasaron más de cuatro horas. Ya no le quedaba casi gasolina, y decidió parar en Cripple Creek. Llegó a una gasolinera vieja, de esas que se ven solo en películas, siempre pensó que no existían en la vida real, o que simplemente eran decorativas, es que este es un país que parece una maqueta, se dice siempre. 

Finalmente la bomba emite el sonido indicando que el carro está full. Puede manejar por cuatro horas más si desea, pero volver a casa por ahora no ansía. Quedó sentado en el carro por unos cinco minutos, hasta que la bocina del carro de atrás, una pick up del año lo sacó del abismo, ¿cómo era posible carros tan grandes?, ¿para que los necesitan? Salió del estacionamiento y notó que Cripple Creek era un pueblo de una sola calle larguísima, solo una avenida comprendida por: un hotel en la esquina, un café en la otra, y una joyería, el resto era una extensión de casinos de todos los colores y tamaños, se encontraba en medio de un pueblo de apuestas y no lo sabía. 

Emprendió la marcha a menos de 10 millas por hora, en un pueblo tan pequeño no se puede ir más rápido, aunado a eso estaba ensimismado con lo que veía, las montañas atrás y los letreros de apuestas adelante eran una contradicción permanente que no esperaba. Como su vida misma. 

Vestigios de antigua minería de oro aún se divisaban en las montañas, era como andar en un cuento, pero luego los anuncios luminosos y las máquinas tragamonedas eran hipnotizantes. Decidió no gastar más gasolina y probar suerte, solo se detuvo en el casino que tuviese más parqueo disponible, al final de cuentas sabía que todo era trampa, que en esos sitios nadie nunca ganaba. Lo recibe un anciano de unos 75 años sentado en un banco alto a la derecha de la puerta, lleva un chaleco negro repleto de pins y broches decorativos, desde “army veteran” hasta el distintivo de las montañas nevadas. Entrega su identificación y sin cruzar palabras, sigue su camino. 

A su derecha una línea de lo que parecía ser interminables máquinas, con las palancas plateadas y en la punta la bola negra que decide el destino de su usuario, un pequeño banquito, parecido al de la entrada, pero un poco más bajo, sostenía a personas de todas las edades, los que más abundaban eran asiáticos, que apostaban más rápido que la misma máquina. 

Evitando el bullicio se fue al espacio más alejado, donde no había nadie, la esquina a la derecha, al final del rectángulo cubierto de alfombras rojas. La máquina era gigante, y moderna. Era como viajar en el tiempo, afuera un pueblito del lejano oeste minero como en las películas de Clint Eastwood, y por dentro La Guerra de las Galaxias.

Revisó los bolsillos, casi no tenía dinero, pero ¿qué costaba gastar unos cuantos dólares más?, ya no importaba. Las monedas frías tocaron la piel nerviosa, no sabía cómo jugar. Se detuvo un momento para leer las instrucciones, manía que tiene desde que era niño y que le molesta a su mujer. Una vez entendida la dinámica del juego, introduce la moneda, la máquina toma vida propia y los animales en la pantalla empiezan a correr por todos lados, diciendo que es hora de apostar, la adrenalina de la ludopatía empieza a hacer efecto. Cinco segundos después, dos fresas y una moneda dorada hacen presencia en la pantalla, acto seguido un búfalo triste le dice que lo intente de nuevo. 

Revisa los bolsillos con la esperanza de seguir, entiende la emoción de los presentes y la sensación del juego. Vacíos. El recibo de la gasolina y la foto de la mujer amada, el cabello negro que resalta con el fondo blanco. La extraño. La mirada se va al suelo, en la alfombra de colores, camuflajeada una moneda le sonríe, la toma y empieza de nuevo. Los animales frenéticos aparecen de nuevo, cinco segundos, una moneda dorada se detiene en la pantalla, otra del mismo estilo, y al final, una tercera idéntica. El sonido de la máquina se vuelve insoportable y los presentes al unísono vuelven la mirada a su puesto, el más alejado, el más escondido, ahora es el centro de atención. Las figuras se fueron dando paso a un número que viene a definir  el curso de todo 1,000,000.00 $$$

Los presentes se levantan de sus sillas con vítores y aplausos y celebran el triunfo como propio. El hombre, no puede creerlo. Se ha resuelto todo, su vida, su destino. Luego de hacer los arreglos correspondientes. Sube al chevette, lo enciende y el ruido de hace unas horas que pedía arreglo y era doloroso, ahora solo es música para su oídos. Las mejillas le duelen de tanto sonreír. Ve el mundo con ojos diferentes, pasa por las calles, tiendas, hoteles, casinos, y la joyería. Se baja, pide un anillo de diamantes, el más caro de la tienda, le ha costado un total de cien mil dólares, pero no importa, es el que quiere para la mujer que ama, no entiende cómo después de tanto tiempo no se han casado, pero ya no hay problemas, tienen dinero. Las cuatro horas de regreso se hicieron cortas, sin notarlo ya  está en frente de su casa, una puerta modesta que apenas hace ruido, las luces están encendidas, ella está aquí. Quiere pedirle perdón por haber sido un imbécil.

Entra, se quita los zapatos, y sin decir su nombre empieza a buscar por toda la pequeña casa, cocina, sala y finalmente su cuarto, en el cual un sonido conocido lo detiene, es ella, esta aquí, son gemidos de placer lo que oye, la puerta esta entreabierta y ahí lo ve, dos cuerpos retozando sobre el lecho de amor que el mismo ha hecho en el patio, con sus manos, con su madera, es ella y su pelo negro suelto sobre la espalda arqueada. 

Sin decir nada, da media vuelta, regresa a la cocina, al frente hay un mueble de madera, también hecho por él, donde guardan las llaves, los documentos importantes y su revólver. Lo toma, siente el peso, lo ha usado solo una vez, para espantar conejos en las noches, lo carga, enfunda en la mano, y se da un tiro en la sien. 

 

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