Opinión
Ciudad de Ladrones, es un libro que me prestaron. Un contador en el medio de Colorado a quien conocí por cosas del destino; trata sobre la guerra, específicamente la lucha entre Rusia y Alemania. Me sumerjo en las páginas que relatan el frío extremo que experimentaron, las privaciones a las que se vieron sometidos los pueblos debido a la ambición de un hombre pequeño con delirios de superioridad racial. Este hombre, lleno de ideas provenientes de libros, parece tan distante desde mi posición caribeña. La guerra blanca, con hombres envueltos en abrigos y escasez de comida, parece ser un capítulo de un pasado lejano, sin redes sociales ni teléfonos celulares. Sin embargo, apenas hace 20 años, comenzó nuestra propia guerra.
Según cuentan nuestros amigos de La Perla de las Antillas, quienes fueron traídos a nuestra tierra con promesas de prosperidad y riquezas. Ellos vieron venir lo que nosotros ignorábamos, con su acento cantadito y los recuerdos frescos de su tierra natal. Nos repetían una y otra vez: "Tengan cuidado".
Nosotros, creyéndonos superiores, pensábamos que la guerra no era para nosotros. Éramos alegres y fiesteros, “es que no somos ustedes, esto no es una isla” decíamos; la idea de una guerra nos resultaba ajena, extraña. Y fue verdad. La guerra, tal como se muestra en las películas de Hollywood, no encaja con la idiosincrasia latina. Pero llegó otro tipo de guerra, una silenciosa que nos hizo creer, que nos hizo cambiar. En una guerra convencional, al menos todos tienen claro cada bando, y por qué luchan. En la nuestra, nos lavaron el cerebro con promesas de riqueza y discursos elevados extraídos de un viejo libro rojo. Ahora, 20 años después, seguimos librando la misma guerra. Nos quitaron la comida, luego las formas de ganar dinero. No importa cuán sabio o inteligente seas; no hay forma de prosperar. Este pequeño hombre moderno quiere tenerte bajo su control o llevarte al exilio, apropiarse de la tierra, sus frutos y su prosperidad.
Durante estas dos décadas, han ido succionando la alegría, el progreso y la prosperidad de nuestra nación como dementores alimentándose del miedo, que ahora reina en nuestras calles junto con la desidia, la pobreza y el nuevo paradigma interno de "si no te mato, me matan", “si no te jodo, me jodes”. Esta modalidad nos lleva a luchar contra nuestros iguales en lugar de contra ellos, transformando a la sociedad más próspera y feliz de la región en una llena de odio y rencores. Hombres que solo piensan en cómo enfrentar el día y otros en cómo sacar provecho de esta situación.
Pero, como en las novelas, los protagonistas encuentran destellos de luz, momentos fugaces de felicidad traídos por aquellos que aún conservan su esencia original. Estos hombres, que cayeron en las garras de la bestia inteligente pero siguen luchando día a día por lo que creen que es suyo, están condenados por fronteras y destinos que no comprenden. Esperan el día en que todo vuelva a ser como antes, recibiendo a sus seres queridos durante la Navidad.
La autora cree firmemente que todo volverá a la normalidad. A diferencia de una guerra con tanques, balas y trincheras, esta es una guerra de la mente. Cuando se desvanezca la magia roja y descubramos los cofres vacíos dejados por aquellos en el poder, cuando el universo decida que es hora de que el karma entre en escena, quedará el rastro de aquellos que creen que la única forma de sobrevivir es aprovecharse del otro en lugar de trabajar - es que así es más fácil- . No los culpo; han crecido viendo una sola realidad y caen en el error de hecho de pensar que es la única verdad. La guerra mental que se avecina durará años, mientras otra porción, al igual que yo, observa desde lejos a través de una pantalla rectangular, esperando el mensaje que diga: "Bienvenidos, la bestia Roja ha caído,"
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